No nos quieres tristes ni amargados. Tú, Señor, buscas que nuestros corazones estén siempre alegres, que seamos cristianos que sabemos vivir el gozo de nuestra fe. Porque en ti está nuestra alegría. Y sin ti, nada somos. Te has quedado entre nosotros permanentemente. Para darnos fuerzas cuando nos sentimos débiles y asustados. Para infundirnos consuelo en los momentos malos. Para que podamos ver la luz que destruye toda oscuridad y a través de la cual podemos llegar a ser mejores personas.
Somos poca cosa y poco podemos hacer. Muy poco. Pero debemos ser conscientes de que, gota a gota, un vaso termina por estar lleno. Lo