No vivimos solos, sino que somos parte de una comunidad de hijos de Dios. No somos únicos en esta tierra, sino que formamos con los otros la familia humana. Y como miembros de esta comunidad, estamos obligados a buscar el bien de todos, no el nuestro personal. Primero, reconoceremos que los demás son hermanos nuestros, tengan el color de piel que tengan y practiquen la religión que quieran practicar. Después, uniremos nuestras fuerzas a las de los que trabajan por buscar el bien de todos, especialmente de los más necesitados. De esta forma, viviremos con plena dignidad nuestra condición de hijos de Dios.
Este mundo en el que nos ha tocado vivir sería mucho más humano si tuviéramos la valentía de tender puentes, en vez de construir muros,