Si admitimos nuestra pequeñez, podremos llegar a las más altas cumbres, siempre que contemos con el auxilio del Señor, que está dispuesto a seguir empujándonos con su amor sin límites. Siempre lo hace. Con nuestras propias fuerzas, no llegaremos lejos. Somos débiles, imperfectos, carecemos de coraje suficiente para avanzar. Por eso necesitamos que Dios nos dé fuerzas. No rehuyamos su ayuda, que siempre nos viene muy bien.

Es verdad que resulta más fácil predicar que dar trigo. Tenemos siempre preparado el consejo para los demás, pero nos olvidamos de aconsejarnos a nosotros