Entregarnos del todo. Sin reservarnos nada para nosotros mismos. Entregarnos por completo a Dios y a los hermanos. Esto es lo que se nos pide para ser cristianos comprometidos. Cuanto más cerca estamos de cumplirlo, más alegres nos sentimos. Porque de esta manera es como glorificamos a nuestro Señor. Las otras alegrías, las mundanas, son efímeras, se van de la misma forma que llegan y no dejan más que sinsabores. En cambio, la alegría del buen cristiano no se marcha nunca, sino que se queda y va aumentando en cada obra nueva que emprende para cumplir el mandato de Jesús.
Sin miramos dentro de nosotros mismos, ¿qué vemos? Nuestra vida discurre anodinamente, con pocas ilusiones en el horizonte y más preocupados por cosas banales que