A menudo, nuestra lengua y nuestro comportamiento se muestran muy rápidos en enjuiciar lo que hacen los otros. Poca misericordia hay en nuestros corazones cuando nos lanzamos a descalificar a los que no están de nuestra parte, o no nos caen bien. No tenemos que ser jueces de los demás, sino solamente de nuestras propias acciones. Dejemos de repartir sentencias absolutorias o condenatorias a los que están en nuestro alrededor.
Los amigos de verdad, no los interesados por cualquier motivo, ayudan siempre en los momentos más difíciles, logrando que éstos resulten más llevaderos. Pero tener