Se nos ha dado la fe no para que la tengamos como cosa propia, uso particular y gozo personal, sino para que las transmitamos a los demás. Cada uno en la medida de sus posibilidades debe convertirse en misionero que pregone la Buena Nueva de Jesús, porque muchos lo están esperando. La predicación debe comenzar por entre los más cercanos a nosotros, para que éstos puedan sentir también la alegría de reconocerse como hijos de Dios.
Los amigos de verdad, no los interesados por cualquier motivo, ayudan siempre en los momentos más difíciles, logrando que éstos resulten más llevaderos. Pero tener