¡Cuántas buenas intenciones quedan destruidas por el egoísmo humano! Muchos cristianos podrían ser santos si renunciaran a sentirse que son buenos. Los pierde el considerarse mejores de lo que son. Cuando yo me siento justificado en mis comportamientos y dejo de lado la humildad, me alejo de Cristo. Porque la puerta por la que entran todas las virtudes, que son necesarias para seguir a Señor, es la de la humildad. Si no pasamos a través de ella, no estaremos protegidos para hacer frente a los contratiempos mundanos.
Dos virtudes unidas, sobre las que se asienta la santidad. Sin humildad y sin caridad, nada somos y nada de lo que hagamos tiene sentido.