La interpelación a nosotros mismos debería ser permanente: ¿por qué nos hacemos los sordos para no escuchar las peticiones de ayuda, a veces silenciosas, de quienes pasan a nuestro lado?; ¿por qué nos quedamos ciegos para no ver las necesidades que hay en nuestro alrededor? Si creemos en Jesús y estamos convencidos de que tenemos que hacer lo que nos pide, no podemos pasar de largo ante las necesidades de los hermanos.
Desde los comienzos de la historia del cristianismo se ha venido insistiendo en que el amor es el mandamiento esencial que Cristo nos ordenó practicar