Somos propensos a entrar en polémicas estériles y peleas sin sentido. Diariamente, nos encontramos en situaciones en las que nuestra soberbia nos impele a mostrarnos altaneros, engreídos y sabedores de todo. Discutimos por nimiedades y negamos al otro que tenga parte de razón en sus planteamientos. Incluso llegamos a acalorarnos y a pasar a la riña, el enfado y la descalificación del contrario. ¡Cuántos disgustos nos ahorraríamos y evitaríamos a los que nos rodean si antes de hablar nos mordiéramos la lengua!

No es admisible practicar la caridad con tristeza. Ni con desgana. Ni por compromiso social. Hay que poner en ello alegría, ilusión, entrega. Porque eso