Aprendamos a ser más humildes. Renunciemos a los personalismos y a considerarnos mejores que otros. Porque no lo somos. La soberbia es un mal que nos causa mucho daño. Cuánto más huyamos de ella, mejor nos irá. Si empezamos por renunciar a querer ser centro de atención y protagonistas de cuanto bueno e importante surge en nuestro entorno, habremos dado un gran paso para acercarnos al hombre nuevo que Cristo quiere que seamos.

Una madre buena nunca defrauda a sus hijos. No los abandona, no los maltrata, no los guía por malos caminos… María, que es la mejor