Querer practicar la caridad con unas personas que nos caen bien y no con otras, no es de buenos cristianos. Ni siquiera puede llamarse caridad en su sentido estricto. Porque Cristo no dijo que diéramos de comer a los que tengan hambre y sean de nuestra raza, religión o ideas políticas. Ni que ofreciéramos un vaso de agua a unos sedientos y no a otros. Ni que visitáramos a los presos con los que compartimos ideales. Querer ser caritativos a nuestro modo no está de acuerdo con la verdad del Evangelio. Más aún: chirría con el auténtico sentido del cristianismo. Hay que ayudar a todos, empezando por los que estén más necesitados, aunque nos caigan mal.
Cuando obramos en conciencia, siguiendo los dictados del Señor, adquirimos las fuerzas suficientes para ser firmes y no tener miedo a lo que puedan hacer